Tiempo de lectura: 5 minutos

Para ti, que llegaste hasta aquí cargando más de lo que cualquiera puede ver… quiero que te detengas un momento. Respira. Antes de seguir leyendo, regálate una pausa. No por obligación, sino porque lo mereces. Porque este año ha sido un campo de batalla silencioso y aun así sigues siendo tú quien lo habita, quien intenta entenderse, quien se sostiene como puede.

No sé por dónde empezar a hablarte, porque sé que tú tampoco sabes por dónde empezar a contarte. A veces lo que duele no tiene un lenguaje claro, solo un eco. Un ruido constante que atraviesa los días, que se queda en los rincones del cuerpo, que se esconde detrás de cada “estoy bien” que dijiste para no cargar a nadie más con lo que estabas viviendo.

Así que déjame empezar aquí: siento que haya sido tan duro.
Ojalá alguien te lo hubiese dicho antes. Ojalá te hubieran mirado con más ternura cuando estabas intentando mantenerte en pie. Ojalá no hubieras tenido que ser fuerte tan seguido. Ojalá hubieras recibido más abrazos honestos, más espacios seguros, más preguntas que empezaran con: “¿Qué necesitas de verdad?”.

Este año te dejó cansancio, pérdidas, confusiones, decisiones que te rompieron un poco y silencios que te pesaron más que las palabras. Seguramente hubo noches en las que el sueño te abandonó y mañanas en las que la vida te pidió demasiado cuando tú tenías tan poco. Y aun así… seguiste intentando. Nunca subestimes eso. Nunca subestimes lo que supone levantarse en medio del caos.

La gente ve la superficie: que trabajas, que sigues, que cumples, que respondes. Pero tú sabes cuántas veces estuviste a punto de caer. Cuántas veces te sostuviste con hilos invisibles, improvisando valentía, usando la esperanza como si fuera una manta vieja que ya no abriga pero que igual te cubre un poco. Cuántas veces hiciste las paces contigo misma solo para volver a romperte al día siguiente.

Este año te exigió una versión de ti que tú no habías conocido. Te obligó a crecer en medio del miedo, a tomar decisiones sin garantías, a soltar cosas que te costaron demasiado construir. Y aun así aquí estás: un poco más cansada, sí, pero también más consciente, más honesta, más cerca de ti.

Quizá no lograste todo lo que querías.

Quizá perdiste personas que pensaste que se quedarían.

Quizá tu salud mental tambaleó.

Quizá dudaste de ti, de tu valor, de tu capacidad.

Quizá hubo días en los que el simple hecho de existir ya era demasiado.

Y aun así, algo en ti siguió diciendo: “Continúa”.

Esa voz merece un abrazo.

Esa voz merece descanso.

Esa voz merece reconocimiento.

Tú mereces reconocimiento.

Porque sobreviviste a conversaciones que no querías tener.


A despedidas que no pediste.

A incertidumbres que no supiste manejar.

A momentos en los que no había un plan B.

A pensamientos que te asustaron.

A responsabilidades que te vinieron grandes.

A decisiones que tuviste que tomar con el corazón roto.

Y sin embargo, sigues aquí. Sigues intentando sanarte, entenderte, reconstruirte. Sigues buscando una forma de volver a ti, aunque sea lentamente.

Déjame decirte algo que quizá no has escuchado en todo el año:
Qué valiente has sido.

Y no me refiero a esa valentía heroica que nos venden. Hablo de la valentía cotidiana: la que no se aplaude, la que nadie ve, la que a veces ni tú reconoces. La valentía de seguir sintiendo aun cuando dolía. De seguir confiando aun cuando fallaron. De seguir amando aun con miedo. De seguir deseando un futuro aun cuando el presente te pesaba.

Este año te mostró partes de ti que no sabías que existían: la parte que se rompe, pero también la parte que se rehace. La que se cansa, pero también la que se levanta. La que duda, pero también la que se escucha. La que se oculta, pero también la que se enfrenta.

Sé que duele reconocerlo, pero duele porque creciste. Duele porque te hiciste consciente. Duele porque cambiaste. Y eso, aunque incómodo, es una de las transformaciones más profundas que una persona puede atravesar.

Quiero que mires tu año de otra manera. No desde la exigencia, sino desde la ternura.

No desde lo que faltó, sino desde lo que te sostuvo.

No desde lo que perdiste, sino desde lo que aprendiste a ver distinto.

Piensa en los días en los que te levantaste, aunque no tenías fuerzas.
Piensa en las veces que te cuidaste, aunque nadie te lo pidió.
Piensa en cómo, a pesar de todo, no dejaste de buscar tu bienestar.

Eso es crecimiento. Eso es amor propio. Eso es valentía.

Y ahora que el año se acaba, quiero dejarte algunas cosas claras:

  1. No tienes que cerrarlo todo perfectamente.

Hay historias que no terminan en diciembre, heridas que no se curan por calendario, procesos que necesitan tiempo. No te exijas llegar “bien” a final de año. Llega como puedas. Llega real. Llega tú.

  • Está bien si este año no fue tu mejor versión.

Los años difíciles también cuentan. También construyen. También enseñan. A veces un año duro te prepara para una vida más honesta contigo.

  • No estás sola.

Aunque hubo momentos en los que te sentiste así, la soledad no define tu historia. Hay conexiones nuevas esperándote. Hay personas que llegarán con más suavidad. Hay compañía que aún no conoces.

  • Lo que aprendiste este año no se va a perder.

Cada límite que pusiste, cada verdad que aceptaste, cada llanto que liberaste… todo eso te está convirtiendo en alguien más íntegra, más consciente, más tú.

  • Mereces descanso. De verdad.

Deja de exigirte ser fuerte todo el tiempo. No es tu trabajo salvarte sola cada día. A veces descansar es la forma más valiente de empezar de nuevo.

Y quizá esta es la parte más importante de esta carta:

No tienes que empezar el próximo año siendo una persona nueva.
Solo necesitas empezar dispuesta a no abandonarte.

Tú no eres tus errores.

No eres tus pérdidas.

No eres tus crisis.

No eres tus silencios ni tus miedos.

Eres tu capacidad de transformarte.

Eres tu manera de cuidarte.

Eres la persona que, pese a todo, sigue buscando su luz.

Así que antes de que acabe el año, quiero que te preguntes algo:
¿Qué necesito para sostenerme con más suavidad?

No “qué necesito para rendir más”, ni “qué necesito para demostrar más”, ni “qué necesito para ser mejor”.

No.
Pregúntate qué necesitas para sostenerte, para volver a ti, para cuidarte de verdad.

Quizá necesites descansar sin culpa.

Quizá poner límites que antes no te atreviste a poner.

Quizá pedir ayuda.

Quizá soltar personas cansadas de ti.

Quizá dejar de ser la fuerte de todos.

Quizá abrazar la vulnerabilidad sin sentir vergüenza.

Quizá permitirte cambiar de opinión.

Quizá darte la oportunidad de empezar otra vez.

Sea lo que sea, empieza por ahí.

Este año no te define.

Este dolor no es tu identidad.

Esta etapa no es tu destino.

Es solo un capítulo, no toda la historia.

Y tu historia todavía tiene mucho por escribirse.

Mucho por sanar.

Mucho por sentir.

Mucho por vivir.

Ojalá el próximo año llegue con más calma.

Con más presencia.

Con más espacios donde no tengas que demostrar nada.

Con más personas que sepan sostenerte como tú sostienes a los demás.
Con más momentos donde puedas descansar dentro de ti.

Pero mientras eso llega, hoy quiero decirte algo más:

Gracias por seguir aquí.

Gracias por no rendirte.

Gracias por elegirse, incluso cuando fue difícil.

Con cariño: Alexa

Written by

Alexa Dacier

Alexa Dacier / Psicología / Terapeuta sexual y de pareja
Todos necesitamos donde apoyarnos cuando emocionalmente creemos que no podemos más.

Aquí nos damos el permiso para:
Sentir.
Soltar.
Amar.
Aprender a poner límites.
Reconstruir nuestros vínculos afectivos.
Sostener relaciones sanas.
Aplicar la autocompasión.
Cambiar el dialogo interior.