
La salud mental no siempre es un lujo que puedes permitirte
Que jodido tener que cuidar tu salud mental cuando no tienes dinero.
Esa es la verdad que nadie quiere decir en voz alta.
Y no, no es que no quieras parar. No es que no sepas lo que “deberías” estar haciendo.
Lo sabes. Sabes que te haría bien parar, respirar, hacer yoga, descargarte la app de meditación o incluso escribir un poco sobre lo que sientes.
Pero no puedes.
Porque parar cuesta.
Y cuando tienes que decidir entre pagar el alquiler o tener un día de autocuidado, ya sabemos quién gana.
La salud mental en un mundo capitalista no es igual para todas.
Y muchas de las recomendaciones que ves en redes, en libros o en conferencias sobre bienestar emocional, están hechas desde un privilegio que tú no tienes.
Tú no tienes ni tiempo ni espacio para romperte.
Y sin embargo, te estás deshaciendo por dentro.
Pero ahí vas: trabajando, sosteniendo, respondiendo, aparentando.
Porque si no lo haces tú, nadie más lo hará.
¿Y cuándo fue la última vez que fuiste de vacaciones?
¿Cuándo fue la última vez que dijiste “voy a desconectar del mundo exterior y conectar con mi mundo interior”?
La verdad es que mientras unas se van a Bali a encontrarse a sí mismas, otras solo pueden ir al baño y llorar cinco minutos antes de volver a cocinar, trabajar o cuidar a alguien más.
Y eso también es salud mental. O mejor dicho, eso también es sobrevivir sin salud mental.
Nos han hecho creer que sanar es tomarse un retiro espiritual o tener una rutina perfecta. Pero sanar también es sobrevivir al día sin gritarle a nadie.
Es no colapsar, aunque quieras.
Es llegar a fin de mes sin perderte por completo.
Es poder dormir unas horas sin que la ansiedad te despierte.
La salud mental no debería ser un lujo, pero lo es.
Y duele tener que decirlo.
Porque cuando no tienes dinero, hasta pedir ayuda se vuelve un privilegio.
Porque la terapia cuesta.
Porque el tiempo cuesta.
Porque incluso tener una red de apoyo cuesta cuando todas están tan jodidas como tú.
Y tú ahí.
Sosteniéndote como puedes.
Con culpa por no meditar, por no leer ese libro, por no tener ganas de hacer journaling.
Como si tu falta de bienestar fuera tu culpa.
No es tu culpa.
Es un sistema que no fue diseñado para que tú descanses. Es un modelo que mide tu valor según tu productividad, no según tu humanidad.
Y por eso es tan fácil sentirse rota en un mundo que solo aplaude cuando rindes.
No es que no sepas cuidarte, es que a veces no puedes.
Porque cuidar de ti implica dejar cosas sin hacer.
Implica tiempo.
Implica energía.
Y todo eso es un lujo cuando estás en modo supervivencia.
Y esto no lo decimos para quedarnos ahí.
Lo decimos para dejar de exigirnos tanto.
Para dejar de añadir más culpa a la mochila.
Para poder decirnos: “Estoy haciendo lo mejor que puedo. Y eso también es suficiente”.
Hablemos claro: cuidar la salud mental sin dinero es un reto constante.
Pero también hay pequeñas cosas que puedes hacer, no para sanar de golpe, sino para no olvidarte de ti en medio de tanto.
Cuidarte, a veces, es poder reconocer que estás mal sin tener que disimular.
Cuidarte, a veces, es no responder ese mensaje que te agota.
Cuidarte, a veces, es darte permiso para no ser la fuerte.
No todo autocuidado tiene que parecer bonito en redes.
A veces el verdadero autocuidado es quedarte en casa porque no tienes energía ni para sonreír.
Es decir que no.
Es llorar.
Es cancelar planes.
Es priorizarte sin sentirte culpable.
Es pedir silencio cuando todos hablan.
Querida, no necesitas irte lejos para encontrarte.
A veces solo necesitas silencio. Un vaso de agua. Una ducha larga.
Un “no puedo con todo” dicho en voz alta.
Un “yo también necesito ser cuidada”.
Y aunque a veces no puedas pagar una terapia, aunque no tengas con quién desahogarte, aunque sientas que no das más, también ahí hay humanidad.
También ahí estás haciendo un trabajo enorme.
Porque reconocerte cansada ya es un acto de valentía.
Porque no rendirte, aunque te duela todo, también es sanar a tu manera.
Estás resistiendo.
Estás sobreviviendo.
Estás haciendo espacio para sentir, aunque no sea en condiciones ideales.
Y eso, aunque el mundo no lo entienda, también es salud mental.
También es un proceso.
También cuenta.
Ojalá un día no tengamos que hablar de salud mental como un privilegio.
Ojalá un día ir a terapia no sea una opción lejana para muchas.
Ojalá pedir ayuda no implique pensar si eso te dejará sin comer esa semana.
Ojalá el bienestar sea un derecho emocional accesible.
Ojalá no tuviéramos que elegir entre pagar la luz o cuidar del alma.
Pero mientras ese día llega, reconozcamos la valentía de quienes se sostienen con lo mínimo.
De quienes no se han rendido, aunque toda duela.
De quienes hacen pausas invisibles para seguir adelante.
De quienes lloran en silencio para no preocupar a nadie.
De quienes sonríen, aunque el cuerpo esté agotado.
Y sobre todo, reconozcamos que tu proceso es válido incluso si no se parece al de los demás.
Que no estás fallando por no tener la vida ordenada.
Que no estás perdida por no poder con todo.
Que no eres menos por no tener energía para “crecer”.
Tu salud mental importa.
Incluso si nadie más lo ve.
Incluso si no puedes pagarla.
Incluso si no sabes por dónde empezar.
Y aunque el sistema te diga que vales por lo que produces, aquí estás tú, demostrándote que también vales por lo que sientes.
Por lo que sostienes.
Por lo que has atravesado sin abandonar tu esencia.
Eres valiente por seguir buscando respuestas cuando nadie te las da.
Eres valiente por sostenerte con lo que tienes.
Eres valiente por no rendirte en un mundo que te pide hacerlo todo con una sonrisa.
Así que sí, amiga. Sé compasiva contigo.
Quizás no estás meditando, pero estás despertándote cada día.
Quizás no puedes parar, pero estás resistiendo.
Y eso también es cuidar de ti.
Esto no es un texto para romantizar la precariedad emocional.
Es un texto para abrazarte ahí donde estás, con lo que tienes, y recordarte que incluso en los días más difíciles, tú sigues siendo digna de cuidado.
Porque no tienes que estar bien para merecer ternura.
No tienes que sanar para merecer descanso.
No tienes que poder con todo para merecer amor.
Y no, no necesitas un retiro para sanar.
A veces basta con que alguien te diga:
“Te veo. Te entiendo. Estoy aquí”.
Y eso te lo digo yo hoy: estoy aquí.
No estás sola.
Tu cansancio también tiene voz, y merece ser escuchado.
Tu historia también cuenta, incluso si no tiene filtros ni finales felices.
Ojalá este texto te recuerde algo simple pero real:
Que tu salud mental no necesita ser perfecta para ser importante.
Que no hay vergüenza en necesitar ayuda.
Que descansar también es una forma de resistencia.
Y que cuidarte, aunque sea poquito, aunque sea desde el cansancio, sigue siendo un acto de amor.
Con cariño: Alexa Dacier











