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¿Cuántas veces te has preguntado por qué, justo cuando todo parece ir bien, te entran ganas de salir corriendo?
Quizás te encuentras en una relación donde, por primera vez, nadie te grita, nadie te miente, nadie juega a los celos ni a las desapariciones repentinas. Todo es, sencillamente, tranquilo. Pero en vez de sentirte en casa, sientes ansiedad.
Sientes que te falta algo. Que el amor, sin drama, no es amor.

Bienvenida a la paradoja emocional de quienes han sobrevivido a la turbulencia y ahora no saben habitar la calma.

Venimos de historias de amor donde la adrenalina era lo cotidiano:

  • La espera eterna de un mensaje.
  • El sube y baja emocional.
  • Las discusiones que acaban en reconciliaciones apasionadas.
  • Los celos, las dudas, los juegos de poder, el control, el miedo a ser abandonada.

Ahí, el cuerpo y la mente aprendieron que el amor es incertidumbre, sufrimiento, intensidad y, sobre todo, un campo de batalla en el que hay que sobrevivir.

Por eso, cuando llega alguien que no te hace sufrir, que te responde los mensajes a tiempo, que te escucha, que te ofrece calma…
La ansiedad relacional aparece.
El cuerpo, en vez de relajarse, entra en alerta:
—Esto es raro.
—¿Será real?
—¿Cuándo vendrá el problema?
—¿Por qué no siento mariposas?
—¿Por qué tengo tantas ganas de irme justo ahora que todo está bien?

No se habla lo suficiente del trauma vincular.
De lo mucho que daña el alma tener que ganarse el amor a base de sufrimiento.
Nos enseñaron a llamar pasión a lo que era pura ansiedad.
A confundir deseo con incertidumbre.
A normalizar que amar es sufrir.

Por eso, cuando alguien nos ofrece paz, lo primero que hacemos es dudar:
—Quizás es aburrido.
—Quizás es que no me gusta tanto.
—Quizás es que me conformo.
—Quizás no es amor de verdad.

La mente busca mil excusas para salir corriendo.
No porque esa persona no sea buena para ti, sino porque para tu sistema nervioso, la calma es extraña, incluso peligrosa.
El drama era la zona de confort, aunque doliera.

La ansiedad relacional es ese nudo en el pecho que aparece cuando el otro te ofrece presencia, cariño, coherencia y tú… solo quieres escapar.
Es preguntarte:
—¿Por qué no siento lo mismo de antes?
—¿Por qué no me ilusiona igual?
—¿Por qué esta paz me da miedo?

En el fondo, es el miedo a soltar la antigua versión de ti: la que sobrevivía al caos.
Es miedo a confiar.
Miedo a soltar el control.
Miedo a que te hagan daño otra vez, pero esta vez desde un lugar más hondo: cuando te habías permitido bajar la guardia.

Es probable que empieces a buscar señales para justificar tu huida:

  • “No me atrae tanto.”
  • “No siento lo mismo.”
  • “No me hace reír igual.”
  • “No hay chispa.”

A veces, incluso provocas discusiones innecesarias para volver a sentir esa intensidad conocida.
Porque el cuerpo, acostumbrado a la montaña rusa, no sabe sostener la paz.

Aprender a quedarte cuando te dan paz no es conformarse.
Es darte la oportunidad de descubrir cómo es el amor sano.
Es reeducar a tu sistema nervioso para entender que el amor no duele, que no se gana, que no se mendiga, que no necesita ser salvado ni perseguido.

Es aprender a respirar cuando quieras huir.
A sentarte con la incomodidad.
A darte cuenta de que esa ansiedad es tu pasado tocando la puerta, no el presente avisándote de peligro real.

  1. Reconoce tu historia:
    Haz un recorrido honesto por tus relaciones pasadas. ¿Cuándo fue la última vez que el amor fue paz para ti? ¿De dónde viene tu idea de que el amor es sufrimiento?
  2. Siente tu cuerpo:
    Observa cómo reacciona tu cuerpo ante la calma. ¿Dónde sientes el impulso de huir? ¿Qué parte de ti se siente incómoda con la estabilidad?
  3. Ponle nombre a la ansiedad:
    Di en voz alta: “Esto que siento no es aburrimiento, es miedo. Esto es ansiedad, no desamor.”
  4. No te obligues a sentir mariposas:
    El amor maduro no siempre viene con euforia. Viene con calma, confianza, presencia.
  5. Habla con tu pareja:
    Cuéntale lo que sientes. Explica tu miedo a la calma, tu costumbre al drama. La vulnerabilidad crea conexión real.
  6. Busca acompañamiento:
    La terapia puede ayudarte a resignificar el amor y dejar de asociarlo solo con turbulencia.
  7. Recuerda: la paz también es amor.
    No confíes solo en lo que te acelera el corazón; aprende a confiar en quien te da espacio para respirar.

“Querida yo:
Si estás leyendo esto, probablemente te mueras de ganas de buscar un motivo para irte, para desconfiar, para volver a lo conocido.
Pero hoy quiero recordarte algo:
No tienes que huir de quien te trata bien.
No tienes que inventar peligros donde solo hay paz.
No tienes que sabotear la calma.
Es seguro quedarte.
El amor sano también es amor de verdad.
Tienes derecho a una historia diferente.
Permítete la incomodidad de la paz.
A lo mejor, ahí, empiezas a sentirte en casa de verdad.”

Si alguna vez sentiste ganas de correr justo cuando todo iba bien, no estás rota ni eres ingrata.
Solo eres una mujer que aprendió a sobrevivir en el caos y que ahora está aprendiendo a vivir en la calma.
Date tiempo.
Respira.
No todo lo que se siente raro es malo, a veces solo es nuevo.

Aprender a quedarte cuando te ofrecen paz es el mayor acto de amor propio que puedes hacer por ti.
La vida no tiene que ser una montaña rusa para que valga la pena.
El amor tampoco.

Hay espacio disponible en consulta para ayudarte a quedarte…

Written by

Alexa Dacier

Alexa Dacier / Psicología / Terapeuta sexual y de pareja
Todos necesitamos donde apoyarnos cuando emocionalmente creemos que no podemos más.

Aquí nos damos el permiso para:
Sentir.
Soltar.
Amar.
Aprender a poner límites.
Reconstruir nuestros vínculos afectivos.
Sostener relaciones sanas.
Aplicar la autocompasión.
Cambiar el dialogo interior.