
Confiar en el proceso (aunque duela)

A veces no nos queda otra que confiar en el proceso.
Y lo sé… decirlo es fácil.
Pero hay procesos que parecen avanzar al ritmo de una tortuga cansada. Momentos en los que lo has intentado todo, en los que has hecho la tarea, en los que has sido paciente, disciplinada, consciente… y aun así parece que la vida se ha quedado en pausa.
Esa sensación de “¿y ahora qué?” que te acompaña incluso cuando todo está aparentemente en orden. Esa mezcla entre frustración y resignación que te deja con ganas de correr, de saltarte pasos, de llegar antes a la meta… o de que todo termine de una vez.
Yo he estado ahí.
En consulta, como paciente, sentada frente a mi psicóloga, escuchándola repetir una y otra vez:
“Es un proceso. Y los procesos tienen su ritmo.”
Y yo, por dentro, queriendo gritar:
“Sí, ya lo sé… ¡pero no quiero sentir! No quiero pasar por todo este dolor, no quiero ver cómo los días se me hacen largos, cómo las noches se llenan de preguntas, cómo mi cuerpo me recuerda una y otra vez que estoy en pausa.”
Porque una cosa es entenderlo con la cabeza.
Y otra, muy distinta, es vivirlo con el cuerpo, con la piel, con las heridas abiertas.
La trampa de querer llegar rápido
Vivimos en una cultura que idolatra la inmediatez.
Todo tiene que pasar ya. Queremos soluciones rápidas, sanaciones exprés, respuestas inmediatas. Como si la vida fuese un microondas: metes el dolor, esperas tres minutos, y sale transformado en calma.
Pero los procesos emocionales no funcionan así.
Las heridas no se cierran al ritmo de nuestros deseos, y forzarlas a hacerlo es como quitar una venda demasiado pronto: sangra más, duele más, deja cicatriz más profunda.
Lo curioso es que cuando tratamos de acelerar un proceso, muchas veces lo alargamos. Porque en lugar de permitir que el dolor cumpla su función que es mostrarnos lo que necesita ser mirado, lo bloqueamos, lo esquivamos o lo disfrazamos. Y entonces regresa, más fuerte, más ruidoso, más desesperado por ser escuchado.
Cuando confiar se siente como rendirse
La palabra “confiar” suena bonita.
Confiar en la vida.
Confiar en ti misma.
Confiar en que todo pasa por algo.
Pero a veces confiar se siente como rendirse.
Como soltar el timón en medio de una tormenta. Como aceptar que no puedes hacer nada más que esperar. Y esa espera pesa. Pesa en los hombros, en la respiración, en el corazón.
Lo paradójico es que la vida, en esos momentos, nos está pidiendo justamente eso:
Baja el ritmo.
No corras.
Quédate.
Y quedarte puede ser la parte más difícil, porque quedarse significa sentir.
Significa estar presente en cada punzada, en cada miedo, en cada duda. Significa no anestesiarte con distracciones, sino darte el permiso de estar con lo incómodo.
Estar con lo incómodo
Nos enseñaron a huir del dolor.
A taparlo con ruido, con trabajo, con planes, con personas.
Pero hay dolores que no quieren que huyas. Quieren que te sientes a su lado. Que les preguntes qué tienen para decirte. Que los abraces como abrazarías a un niño asustado.
Estar con lo incómodo no significa resignarte. Significa sostenerte.
Significa aprender a no dejarte caer cuando todo en ti quiere soltar. Significa respirar en medio del llanto.
La vida tiene una manera curiosa de enseñarnos esto.
A veces, lo hace poniéndonos un freno inesperado: una pérdida, una ruptura, un cambio que no buscábamos. Y ahí, entre lágrimas y rabia, nos encontramos en una especie de sala de espera emocional en la que no hay revistas, no hay música, no hay distracción… solo tú, tu dolor y el tiempo.
Lo que descubrimos cuando bajamos el ritmo
Bajar el ritmo no es solo una pausa, es una oportunidad.
No lo vemos así al principio, porque al principio lo único que sentimos es vacío. Pero poco a poco, en esa quietud, empiezas a escucharte de una forma distinta.
Comienzas a notar las pequeñas señales que antes ignorabas:
- El cuerpo pidiéndote descanso.
- El corazón susurrando que necesitas sanar una herida antigua.
- La mente invitándote a cuestionar creencias que ya no te sirven.
Cuando bajas el ritmo, puedes por fin escuchar lo que la prisa ahoga.
Y no, no es cómodo.
No siempre es bonito.
Pero es profundamente transformador.
La incomodidad también es maestra
Los procesos lentos nos desesperan porque no podemos controlarlos.
No podemos ponerles fecha de caducidad ni presionar un botón para que terminen. Y en ese descontrol aprendemos una lección valiosa: no siempre somos quienes marcan el ritmo.
A veces, es la vida la que nos dice:
“Todavía no.”
“Espera un poco más.”
“Confía en lo que no entiendes.”
Y mientras tanto, la incomodidad se convierte en maestra. Nos enseña paciencia, resiliencia, humildad. Nos recuerda que no todo depende de nuestra fuerza de voluntad, que hay cosas que se gestan en silencio, como las semillas bajo la tierra antes de brotar.
Lo que puedes hacer mientras confías
Confiar en el proceso no significa quedarte inmóvil.
Significa actuar desde otro lugar: desde la calma, no desde la urgencia.
Aquí algunas ideas que pueden ayudarte:
- Respeta tus ritmos
No intentes forzarte a estar bien antes de tiempo. Está bien no estar bien. - Crea rituales de cuidado
Una taza de té cada noche, escribir en tu diario, salir a caminar sin el teléfono… pequeños gestos que te recuerden que sigues aquí, sosteniéndote. - Permite que otros te sostengan
No tienes que atravesar todo sola. Pide ayuda, acepta apoyo, comparte tu proceso con personas de confianza. - Celebra las micro-victorias
Hoy saliste de la cama, hoy pudiste sonreír, hoy te diste un respiro. Todo cuenta. - Recuerda que todo es temporal
Nada dura para siempre, ni siquiera el dolor que ahora parece interminable.
Un día, mirarás atrás…
Un día, sin darte cuenta, notarás que el peso ha cambiado.
Que respiras más hondo. Que el dolor ya no arde, solo deja un leve eco. Que las cosas que hoy te parecen imposibles serán parte de tu historia y no de tu presente.
Y en ese momento, vas a entender que sí, que era un proceso.
Que tu impaciencia no lo aceleró y que tu resistencia solo lo hizo más duro.
Que la verdadera fuerza estuvo en quedarte.
En no abandonar tu propio lado.
En confiar, incluso cuando no había señales de que las cosas mejorarían pronto.
Confía.
Aunque no quieras.
Aunque te cueste.
Aunque parezca que no pasa nada.
Porque, aunque no lo veas, algo dentro de ti se está moviendo, sanando, reconstruyendo. Y cuando llegue el momento, florecerá.
Con cariño: Alexa Dacier
