Tiempo de lectura: 5 minutos

Ahí estás tú: trabajando en ti.

Ocupándote de tus heridas, escuchando tus emociones sin tanto juicio, dejando de ignorarte tanto. Vas a terapia, lees libros, haces journaling, te cuestionas. Te detienes a sentir, lloras, nombras lo que antes ocultabas, y poco a poco te conviertes en una mujer que ya no quiere vivir anestesiada.

Escuchas podcasts sobre salud mental, sigues a cientos de cuentas de psicólogas, terapeutas y coaches que te hablan de autoestima, ansiedad, vínculos, heridas, límites, amor propio. Haces meditaciones guiadas, usas aplicaciones de bienestar, escribes cartas que no envías, limpias tus redes de personas que ya no están en tu frecuencia. Te dices a ti misma que estás en proceso, aunque a veces no veas resultados inmediatos.

Y cuando crees que lo estás haciendo “bien”, llega esa frase: “Tienes que aprender a sostenerte”. Y tú piensas: “¡Ya está! Otra exigencia más. Otro concepto que parece tan simple para quienes lo dicen, pero tan abstracto para quienes estamos intentando sobrevivir emocionalmente cada día.”

Entonces, te lo preguntas: ¿Qué carajo es sostenerse? ¿Y cómo se hace eso?

Sostenerse no es tenerlo todo claro. No es levantarte con energía cada día ni tener respuestas rápidas para lo que duele. No es funcionar como si nada pasara, ni obligarte a poner buena cara cuando por dentro estás rota.

Sostenerse es quedarte contigo cuando no puedes más. Es no abandonarte en el caos. Es no volver a soltarte la mano cuando la vida te tambalea. Es decirte con ternura: “Hoy también estoy aquí para ti”, aunque no sepas ni por dónde empezar.

Es entender que sostenerse no es fuerza bruta. Es suavidad. Es paciencia. Es presencia. Es permitirte respirar en medio del cansancio. Es darte tregua cuando el mundo te exige rendimiento.

Quedarse contigo. Con tu tristeza. Con tu rabia. Con tu incertidumbre. Con tu niña herida. Con tu cuerpo cansado. Con tus preguntas sin respuesta. Con ese nudo en el pecho que nadie ve.

Sostenerse es mirar tu dolor sin correr. Es abrazarte sin exigencias. Es permitirte sentir sin tener que justificarlo. Es quedarte cuando tu impulso siempre ha sido huir.

Y sí, a veces sostenerse es simplemente no hacer nada. Es quedarte quieta. Respirar. Llorar. Esperar. Habitar lo que hay, sin necesidad de entenderlo todo. Sin necesidad de transformarlo todo de inmediato.

No todo se soluciona haciendo. A veces sostenerte es permitirte no hacer nada. Es cancelar un plan, es dormir más, es no responder mensajes, es no ser la fuerte de siempre.

Es tomarte un café contigo misma y decir: “No puedo con todo, y eso está bien”.

Es desconectar del deber y conectar contigo. Es bajar la velocidad y recordarte que la urgencia no es tu verdad, que el mundo no se va a caer si hoy decides elegirte.

Sostenerse se aprende, no se exige

A muchas nos criaron creyendo que sostenerse era ser “fuerte”, callarse, seguir como si nada. Pero no. Eso no era sostenerse, era sobrevivir. Era desconectarte de ti para poder cumplir con lo que se esperaba de ti.

Ahora estás aprendiendo otra cosa. Estás aprendiendo a quedarte con tu humanidad. Con tus luces y tus sombras. Estás aprendiendo a elegirte. A darte un espacio dentro de tu propia vida.

Sostenerse se construye. Se ensaya. Se repite. Se falla. Y se vuelve a intentar. Como todo lo que es profundamente humano.

No tienes que sostenerte sola. Nadie debería tener que hacerlo. Sostenerse también es saber en quién apoyarte. Es permitirte llorar con alguien, hablar con tu terapeuta, escribirle a una amiga y decir: “Hoy me cuesta todo”.

Sostenerse es validar que a veces no puedes con todo, pero que sigues aquí. Respirando. Intentando. Cuidándote a tu manera.

Es construir una red interna y externa. Es rodearte de personas que no te pidan que estés bien todo el tiempo. Es darte permiso de ser vulnerable.

Habrá días en los que sientas que no puedes con nada. Y justo ahí, en medio del desastre, sostenerte es no exigirte soluciones. Es no juzgarte por estar mal. Es quedarte en ti sin tratarte como enemiga.

Es comprender que sostenerse no tiene forma de postal bonita. A veces es llorar en la ducha, respirar en el suelo, escribir sin filtro o simplemente repetir: “Estoy haciendo lo que puedo”.

Sostenerse es no rendirse contigo.

  • Se hace hablándote bonito cuando antes te hablabas con dureza.
  • Se hace poniendo límites cuando antes te abandonabas por agradar.
  • Se hace respirando hondo antes de reaccionar desde el miedo.
  • Se hace permitiéndote llorar cuando todo pesa.
  • Se hace recordándote que no tienes que poder con todo para merecer descanso.
  • Se hace volviendo a ti. Una y otra vez.
  • Se hace perdonando tus versiones pasadas, aunque aún te duelan.
  • Se hace reconociendo tus avances, aunque nadie más los vea.
  • Se hace celebrando tu proceso, incluso en medio del caos.
  • Se hace dejando de compararte con las vidas que ves en redes.
  • Se hace diciendo: “Esto también pasará”, incluso sin creerlo del todo.

No el amor propio que se vende en redes. No el de afirmaciones vacías o el de “ámate a ti misma y ya”.

El verdadero amor propio es sostenerte cuando no sabes cómo amar lo que sientes. Es quedarte cuando querrías huir. Es darte tregua cuando te castigarías. Es ser compañera de ti misma cuando todo lo demás se tambalea.

Es hablarte con ternura cuando la culpa te visite. Es acariciar tus pensamientos más oscuros con comprensión. Es mirarte al espejo y no juzgar el cansancio en tus ojos.

Es no soltarte la mano. Nunca.

Querida mujer que está sanando:

Sostenerte no significa no caer. Significa no abandonarte cuando lo haces. Significa recoger tus pedacitos sin culparte por haberte roto. Significa volver a ti con más compasión, con más verdad, con más presencia.

Sostenerse es el acto más silencioso y valiente de todos.

Y si hoy te cuesta… está bien.

Estás aprendiendo.

A tu ritmo.

Con amor.

Contigo.

Siempre.

Written by

Alexa Dacier

Alexa Dacier / Psicología / Terapeuta sexual y de pareja
Todos necesitamos donde apoyarnos cuando emocionalmente creemos que no podemos más.

Aquí nos damos el permiso para:
Sentir.
Soltar.
Amar.
Aprender a poner límites.
Reconstruir nuestros vínculos afectivos.
Sostener relaciones sanas.
Aplicar la autocompasión.
Cambiar el dialogo interior.