
¿Esto era ser adulta? ¿Por qué nadie me avisó que dolía tanto llegar a fin de mes y enfrentarte a tu infancia al mismo tiempo?
¿Qué cara*** significa ser una persona adulta?
Lo digo así, con rabia. Con cansancio. Con ese tono quebrado que usamos cuando estamos hartas de fingir que todo está bien. Porque si ser adulta era esto, yo también quiero mi reembolso. O por lo menos un manual. Un GPS emocional. Un abrazo. Algo.
Porque nadie te enseña a lidiar con la vida mientras arrastras tus heridas emocionales. Nadie te prepara para pagar facturas mientras sostienes traumas. Nadie te advierte que vas a cuidar de otros mientras tú no sabes ni cómo cuidarte a ti. Que vas a tener que tomar decisiones importantes mientras solo quieres llorar en la cama. Que vas a tener que seguir adelante… incluso cuando no sabes hacia dónde.
Ser adulta es despertarte un lunes con una lista interminable de cosas que hacer y sentir que no tienes energía ni para empezar. Porque el cuerpo pesa. La mente está saturada. El alma… desordenada. Y tú solo esperabas una señal de que todo esto tiene sentido. Pero la señal no llega. Solo llega la notificación del banco, la carta de la administración, el recordatorio de una cita médica, la alarma para otra reunión. Y el recordatorio más cruel de todos: que hay que sobrevivir otro mes.
Y entonces entiendes, de golpe, que crecer no era lo que te contaron. Que madurar no era encontrar respuestas, sino empezar a hacer las preguntas correctas:
¿Quién soy sin el miedo?
¿Quién soy sin los traumas que me hicieron así?
¿Qué necesito ahora que ya no estoy sobreviviendo todo el tiempo?
¿Cómo dejo de buscar validación en personas que ni siquiera se validan a sí mismas?
Adultarse es sobrevivir a tus propias expectativas rotas.
Creciste pensando que a los treinta tendrías todo resuelto. Casa propia. Trabajo de ensueño. Amor estable. Viajes. Cenas con amigos. Estabilidad.
Pero llegaste a los treinta (o a los cuarenta) con ansiedad, terapia, trabajos temporales, vínculos inestables y una lista infinita de cosas que duelen: despedidas que aún no entiendes, decisiones tomadas en soledad, domingos con sabor a vacío, amigos que ya no están, familia que duele, silencios que te atraviesan.
Y lo peor es que encima te sientes mal por sentirte mal. Porque te dicen: “Pero tienes salud”, “Al menos tienes trabajo”, “Hay gente que está peor”.
Y tú asientes. Pero por dentro sabes que eso no borra tu angustia. No borra la carga emocional de sostenerte sola mientras todos asumen que estás bien solo porque te ven sonriendo. Porque te ven fuerte, y no entienden que esa fuerza viene de haber llorado en silencio demasiadas veces.
Ser adulta también es darte cuenta de lo mucho que te dolió tu infancia.
Y no lo digo con reproche, lo digo con la honestidad de quien lleva años en terapia intentando comprender por qué cuesta tanto respirar a veces. Porque la adultez, esa que parece tan “normal”, te confronta con lo que creíste haber superado:
La ausencia emocional.
La falta de cuidado.
La herida de no sentirte suficiente.
La voz interna que repite lo que escuchaste mil veces: “no seas exagerada”, “no llores”, “no molestes”.
Y ahí estás tú.
En la ducha, llorando en silencio.
Releyendo conversaciones que no te dieron paz.
Escribiendo cartas que jamás enviarás.
Buscando en libros lo que tus padres no supieron darte.
Intentando ser hoy la adulta que tú necesitaste cuando tenías cinco años y te sentías invisible.
Y sí, la ansiedad también se volvió adulta.
Antes llorabas por una nota baja en el colegio. Ahora lloras por no saber qué rumbo tiene tu vida.
La ansiedad ya no se disfraza. Ahora llega como un nudo en la garganta cuando ves tu cuenta bancaria. Como un peso en el pecho cuando te cancelan un plan y te sientes rechazada otra vez. Como una voz cruel que te grita que no lo estás haciendo bien.
Y lo peor es que a veces no estás mal. Solo estás… agotada.
De sostenerte. De sostener a otros. De estar disponible emocionalmente todo el tiempo.
De tener que explicar una y otra vez que no, no estás bien. Pero tampoco sabes cómo pedir ayuda sin sentir culpa.
Y luego está la comida.
Sí, vamos a hablar de eso. Porque ser adulta también es aprender a comer. A nutrirte. A escucharte.
Pero a veces no puedes.
Porque comes con culpa.
O no comes porque la tristeza te aprieta el estómago.
Porque comes para llenar el vacío.
O porque se te olvida comer.
Porque a veces el hambre no es de comida: es de calma. De ternura. De tiempo. De descanso. De abrazos sinceros. De esa sensación de estar a salvo.
Y ahí estás tú, intentando alimentarte bien, sostener tu salud mental, pagar el alquiler, trabajar, cuidar de alguien, y fingir que todo está bien mientras respondes WhatsApps que no quieres ni abrir.
Ser adulta no es tener todo resuelto. Es no rendirte, aunque no tengas nada claro.
Es seguir adelante. Aunque te tiemble el alma.
Es levantarte al día siguiente. Aunque el día anterior quisiste desaparecer.
Es sostenerte un día más, incluso sin tener fuerzas.
Es pedir ayuda.
Es escribir en tu diario: “Hoy no puedo más”… y luego volver a intentarlo.
Es aprender a no exigirte tanto.
Es aprender a hablarte con más ternura.
Es aprender a quedarte, incluso cuando quieres salir corriendo.
Es soltar la idea de que la vida tiene que tener sentido todo el tiempo.
Te lo digo porque a mí también me duele ser adulta.
Y seguramente a ti también.
Porque estás leyendo esto mientras haces malabares con tu corazón.
Porque tienes miedo de estar fracasando, cuando en realidad estás haciendo lo mejor que puedes.
Porque sigues. Aunque no siempre quieras.
Porque sostienes. Aunque nadie lo vea.
Porque no te rendiste, aunque hayas querido hacerlo muchas veces.
Y por si hoy nadie te lo dijo:
Estás haciendo un trabajo emocional inmenso.
Sobrevivir también es un logro.
Pedir ayuda también es madurar.
Llorar también es sanador.
Tener dudas también es parte del camino.
No necesitas tener todas las respuestas para estar avanzando.
No necesitas ser perfecta para merecer amor.
No necesitas compararte para saber que estás haciendo lo suficiente.
Ser adulta no es fácil. Pero estás aquí. Respirando. Sintiendo. Aprendiendo. Viviendo.
Y eso, aunque no lo parezca, también es un acto de valentía.
Esto también pasará.
Y cuando mires atrás, te prometo que verás que, en medio del caos, tú estabas floreciendo.
Con cariño Alexa Dacier
