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Hay un momento en la vida en el que te miras al espejo y te das cuenta de que el mayor conflicto que estás sosteniendo no es con el mundo, ni con tu pareja, ni con tu familia.

Es contigo.

Te peleas con tu cuerpo porque no es como te gustaría.
Te peleas con tus emociones porque no llegan en el momento “adecuado”.
Te peleas con tu historia porque piensas que deberías haberlo hecho mejor, haber elegido distinto, haber sabido más.
Te peleas con el presente porque no es tan perfecto como soñaste.

Y en esa guerra silenciosa, te desgastas.
No hay batalla que duela más que la de estar en guerra con tu propia vida.

La mayoría de nosotras aprendimos muy pronto a ser nuestras peores críticas.

Si algo no sale bien, nos lo recriminamos.
Si alguien nos rechaza, lo interpretamos como prueba de que algo en nosotras está roto.

Si sentimos tristeza o enojo, nos decimos que no deberíamos sentirnos así.

Esa guerra interna no surge de la nada.
Tiene raíces profundas: familias en las que el error se castigaba, entornos donde el afecto se ganaba solo si éramos “buenas”, “útiles” o “exitosas”. Crecer en lugares donde ser tú misma no era suficiente te enseña a pelear contigo cada vez que no encajas en lo que se espera de ti.

Pero aquí está la verdad que nadie nos enseñó:
No se puede construir una vida en paz cuando tu mente es un campo de batalla.

Dejar de pelear contigo no es dejar de crecer, ni resignarte a lo que hay.
No significa que dejes de poner límites o que ignores tus errores.
Significa algo mucho más profundo: reconciliarte con tu humanidad.

  • Significa permitirte sentir sin juzgarte.
  • Significa mirarte al espejo sin buscar defectos que corregir.
  • Significa soltar la expectativa de que siempre tienes que estar bien, sonreír, producir y poder con todo.

Dejar de pelear contigo es dejar de tratarte como un proyecto que hay que arreglar y empezar a tratarte como una persona que merece amor y respeto ahora, no cuando seas “mejor”.

La autoexigencia no es mala en sí misma, pero cuando se convierte en la única voz que escuchas, se transforma en una tirana.
Cada mañana se presenta con su lista interminable de “deberías”:

Deberías levantarte antes.

Deberías hacer más.

Deberías ser más paciente.

Deberías haber superado esto ya.

Deberías ser menos sensible.

Deberías tener más dinero ahorrado.

Deberías estar más motivada.

Deberías estar agradecida y no quejarte tanto.

Deberías tener tu vida resuelta a esta edad.

Deberías ser más fuerte.

Deberías comer mejor y hacer más ejercicio.

Deberías ser más sociable y salir más.

Deberías ser mejor madre/pareja/hija/amiga.

Deberías controlar lo que sientes.

Deberías ser más organizada.

Deberías ser más productiva.

Deberías olvidar a esa persona de una vez.

Deberías saber qué quieres hacer con tu vida.

Deberías dejar de llorar por esto.

Deberías ganar más dinero.

Deberías poder con todo sin ayuda.

La autoexigencia sin compasión se convierte en violencia.
Porque te quita la posibilidad de ser imperfecta, de descansar, de equivocarte, de ser humana.

¿Sabes qué es radical?

Decir: “Hoy no voy a ser perfecta, hoy voy a ser suficiente.”

Imagina que te levantas un lunes.

En lugar de agradecer por el descanso, piensas en todo lo que no hiciste el fin de semana.

Te sientas frente al ordenador y te presionas para ser productiva, incluso si estás agotada.

Llegas a casa y en lugar de sentir orgullo por el día que has tenido, te culpas por lo que quedó pendiente.

Ese ciclo es invisible, pero te desgasta. Día tras día, te hace sentir que no eres suficiente.

Hacer las paces contigo es un proceso, no un evento único.
Aquí tienes algunas prácticas para empezar hoy:

  • Habla contigo con amabilidad. Antes de dormir, revisa cómo te hablaste durante el día.
  • Nombra tus emociones sin juicio. “Estoy triste”, “estoy enojada”, “estoy cansada”. Son estados, no etiquetas de quién eres.
  • Permítete descansar sin culpa. El descanso no es un premio, es una necesidad fisiológica.
  • Celebra lo pequeño. Aplaude los pasos que diste, aunque nadie más los vea.
  • Escribe cartas de reconciliación. Una carta a tu cuerpo, a tu yo del pasado, a la parte de ti que has estado criticando.

Cuando dejar de pelear se siente raro

Si llevas años en guerra contigo, la paz se siente extraña.
Hablarte con amabilidad puede sonar falso al principio.
Descansar puede generarte culpa.
Pero eso no significa que no sea el camino.

El amor propio se entrena.

Igual que aprendiste a exigirte, puedes aprender a sostenerte.
La clave está en la repetición, en elegir cada día tratarte un poco mejor que ayer.

Cuando dejas de pelear contigo, el ruido interno baja.
Ya no gastas energía en castigarte.

Empiezas a ver posibilidades donde antes solo veías defectos.
Descubres que puedes habitar tu vida, incluso con sus imperfecciones.

No es que los problemas desaparezcan, es que dejas de sentir que eres el problema.

Y desde ahí, es más fácil tomar decisiones sanas, pedir ayuda, y vivir en coherencia.

  • ¿Cuáles son las frases más duras que me repito cada día?
  • ¿De quién aprendí a hablarme así?
  • ¿Qué pasaría si hoy dejara de exigirme una sola cosa?
  • ¿Qué necesito para sentir que estoy en paz conmigo?

No eres tú enemiga.

No eres el error que cometiste, ni la emoción que te desborda, ni la voz que te critica.

Eres la persona que puede aprender a quedarse contigo, incluso cuando la vida es difícil.

Dejar de pelear contigo es el acto de amor propio que lo cambia todo.
No te prometo que será fácil, pero sí te prometo que valdrá la pena.

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Written by

Alexa Dacier

Alexa Dacier / Psicología / Terapeuta sexual y de pareja
Todos necesitamos donde apoyarnos cuando emocionalmente creemos que no podemos más.

Aquí nos damos el permiso para:
Sentir.
Soltar.
Amar.
Aprender a poner límites.
Reconstruir nuestros vínculos afectivos.
Sostener relaciones sanas.
Aplicar la autocompasión.
Cambiar el dialogo interior.