Tiempo de lectura: 5 minutos

Una mirada compasiva a la herida que hay detrás de la comparación.

Seamos honestos. Compararse con otros duele.

Pero aún más, desgasta. Te arrastra silenciosamente a un lugar en el que siempre estás perdiendo. No importa lo que hayas logrado, ni lo que hayas superado, ni lo que hayas sostenido en los días en que nadie más te vio. Cuando entra en la espiral de la comparación, aparece una sensación tan conocida como hiriente: “no soy suficiente”.

Y no. No estás exagerando. No es que seas insegura.
Es que hay una herida muy antigua que se activa cada vez que te comparas.

Una herida que muchas veces viene desde que eras niña.

Desde aquella vez en que te compararon con tu hermana.
Desde que en casa se admiraba más a la hija obediente, a la del cuerpo delgado, a la que sacaba buenas notas.
Desde que aprendió que solo eras digno de amor si parecías “mejor” que otras.

Y así fuiste creciendo: mirando más hacia afuera que hacia adentro.
Midiéndote. Exigiéndote. Queriendo parecerte a lo que otros admiraban.
Y hoy, sin darte cuenta, sigues comparándote con otras mujeres que no tienen absolutamente nada que ver con tu historia.

Has pasado horas en redes sociales viendo vidas que parecen más ordenadas, relaciones más estables, maternidades más dulces, cuerpos más normativos, casas más bonitas, trayectorias más exitosas.
Y aunque sabes, desde la razón, que muchas veces eso no es real, una parte de ti se siente rota por dentro.

No te castigues por eso.

Yo también me comparó.
Y todavía lo hago.
Porque comparar es humano.
Porque no es tan fácil apagar una herida que lleva tantos años abierta.
Porque vivimos en un mundo que constantemente nos empuja a ser “más” de algo y “menos” de lo que realmente somos.

Pero hay algo que estoy aprendiendo a sostener con fuerza, para no perderme en la cruel comparación: la autocompasión.
Ese espacio interno donde no me exijo dejar de compararme, sino que me abrazo cuando me pasa.
Ese lugar suave donde reconozco: “me está doliendo verme tan lejos de donde creía que debía estar”.

¿Qué hay debajo de la comparación?

Una herida que grita: “quiero ser vista, valorada, amada.”

Compararse es muchas veces una forma de buscar amor.
De buscar pertenencia.
De querer encajar.
De sentir que, si me pareciera más a esa otra, tal vez entonces sería suficiente.

Pero esa es la trampa: nunca se trata realmente de la otra persona.
Se trata de ti.
De lo que sientes que no eres.
De lo que te enseñaron que te faltaba.
De lo que alguna vez te hicieron creer que no merecías.

Y sé que da rabia.
Porque tú también tienes tus propias batallas.
Tus propias luchas.
Tu propio proceso que nadie ve.

Entonces, ¿por qué duele tanto sentir que no estás “a la altura”?
Porque esa herida tiene raíces profundas.

Quererte a ti sin compararte es una forma de sanar

No te diré que dejes de compararte.
No quiero exigirte eso.
Ya hay suficiente exigencia en tu vida.

Solo quiero invitarte a mirar con más amor la herida que se activa cuando lo haces.
A preguntarte:

  • ¿Qué parte de mí se está sintiendo menos hoy?
  • ¿Qué expectativa no estoy cumpliendo?
  • ¿Qué me dijeron de niña sobre lo que debía ser para valer?

Y una vez lo veas, no te juzgues más.
Abrázate.

Porque compararte con otras no es el problema.
El problema es cuando te pierdes de ti cada vez que lo haces.
Cuando dejas de verte.
Cuando te desconectas de tu valor real por una imagen, una vida editada o una historia que no es la tuya.

A veces no es envidia. Es vacío.

Hay algo importante que quiero que recuerdes:
No te comparas porque envidias, muchas veces te comparas porque te duele.

Te duele no haber tenido las mismas oportunidades.
Te duele haber tenido que empezar desde muy atrás.
Te duele no estar donde imaginaste.
Te duele el cansancio, la soledad, el peso que llevas.
Y al ver otra vida que parece más liviana, se abre en ti un vacío que arde.

Y ahí, justo ahí, es donde más necesitas autocompasión.
No para conformarte.
Sino para no lastimarte más.

Repetirte con amor: “Mi historia también merece respeto”

Una mujer que se compara mucho es una mujer que no ha sido suficientemente mirada con amor.

Por eso, hoy quiero que te mires tú.
Que reconozcas lo que sostienes.
Que te repitas lo que a ti te ha hecho falta escuchar:

  • “Estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que viví.”
  • “No tengo que ir al mismo ritmo que todas.”
  • “Mi dolor no es menos válido porque no se ve.”
  • “Soy suficiente, incluso cuando me siento perdida.”
  • “No tengo que parecerme a nadie para tener valor.”

Cuando te compares, no te abandones

Porque esa es la herida más profunda: el abandono de ti misma cuando sientes que no eres “como las demás”.
Y yo no quiero que te abandones más.
Quiero que te quedes.
Que te mires con ternura.
Que te abraces justo ahí donde más te duele.
Que entiendas que esa comparación solo es una señal: hay algo dentro de ti que pide amor, presencia, consuelo.

Y tú puedes dártelo.
Tú puedes darte lo que no te dieron.
Tú puedes elegir no seguir castigándote por no ser como las demás.

Tu historia no es menos por no parecerse a otra

Hay procesos que no se ven en redes sociales.
Hay logros que no se comparten.
Hay duelos invisibles.
Hay batallas que se libran en silencio.

Y tú también estás haciendo camino.
Aunque nadie lo aplauda.
Aunque nadie lo entienda.
Aunque muchas veces tú misma lo minimices.

Tu historia es tuya.
Y merece respeto.
Y merece paciencia.
Y merece amor.

Aunque no se parezca a la de nadie.
Especialmente por eso.


Una invitación

Hoy quiero invitarte a dejar de medirte con una regla ajena.
A recordarte que la única comparación válida es con la mujer que fuiste ayer.
Y que, si hoy estás siendo más consciente, más compasiva, más honesta contigo, entonces ya estás sanando.

No lo olvides:
Si te comparas constantemente con los demás, pierdes.
Pierdes tiempo, pierdes alegría, pierdes verdad.
Y sobre todo: te pierdes a ti.

Y tú no estás aquí para parecerte a nadie.
Estás aquí para ser tú .
Y eso, aunque no se ve perfecto, es profundamente valioso.

Con cariño Alexa Dacier

Written by

Alexa Dacier

Alexa Dacier / Psicología / Terapeuta sexual y de pareja
Todos necesitamos donde apoyarnos cuando emocionalmente creemos que no podemos más.

Aquí nos damos el permiso para:
Sentir.
Soltar.
Amar.
Aprender a poner límites.
Reconstruir nuestros vínculos afectivos.
Sostener relaciones sanas.
Aplicar la autocompasión.
Cambiar el dialogo interior.